La luz filtrada por las nubes, los árboles, el aire y otros cuerpos, pero más aún filtrada por el pensamiento, reconstruye el proyecto del día y hace de la mañana un protocolo de recuerdos. Hay muchas luces en la luz, muchos días en el día y muchas zonas en el cristal de cada uno. Pero la clave es el tamiz, la sutileza combinatoria, la inventiva del azar para cernir las dosis de transparencia y ajustar la estela de reflejos que hacen de cada hora un tiempo único en la supuestamente boba monotonía del tiempo. La luz necesita siempre intermediarios, como quizá todas las cosas. Tal vez sea una clave de la realidad: no hay mensajes directos. Todo es mediación porque lo directo destruye. ¿Qué intercalar entonces entre la rosa y la luz, entre la noche y el amor, entre un hombre y la muerte, entre la vida y esta mañana transmutada de recuerdos? ¿Qué poner entre lo que una cosa es y aquello que no es, para que pueda serlo? ¿Cómo tamizar la distancia entre nosotros y la ausencia para encontrar por fin nuestra presencia? Roberto Juarroz