Te conocí en la cima de un íntimo silencio. La flor de algún paisaje se fue abriendo en tu boca. de tu voz de celaje, brotó la paz menuda de tu alma remota. Con rara unción, los cirios del corazón prendieron en lágrimas de oro sus crisálidas rotas, y fue un nacer de raros cristales que enmudecieron la solazul presencia de una delicia ignota. La flor desnuda, el mismo perfume de tus ojos, labró en frágil paciencia esta emoción tan blanca. Al alejarte, quedó sin ilusión ni enojo, con un sabor a cielo prendido en la garganta. Laura Gallego