Si alguna vez no hubieses existido, si el calor de tus muslos no me hubiese buscado como un látigo preciso y mis ambigüedades electivas -los días más oscuros de mí mismo- no te hubiesen tenido como saldo de afirmación o excusa, es posible que este volver a casa en soledad y demasiado pronto, me recordase ahora un poco menos al joven que apostaba por el mundo, con el mundo a su espalda. Sólo el amor es duro. Metidos en la noche, regresando entre la potestad y la mentira, hablamos del poder o de los sueños al hablar del abrazo. Y no lo sé tal vez, no sé si me recuerdo prisionero de un cuerpo o libre junto a él, buscando salvación o en servidumbre, miserable y maldito, pero atónito. Quizás sólo se trata de que no estás aquí, de que perder es duro para todos y el amor me hace falta, como sabes. Quizás contigo estuve tan demasiado cerca de tu reino, que necesito ahora desmentirte, utilizar los trucos que uno tiene para poder seguir. Porque somos así seguramente, huellas equivocadas, solitarias hogueras de un camino, paraísos de cuatro habitaciones que sólo se comprenden después de haber firmado muchas veces, precisamente ahí, donde pone El viajero. Y a mí, ya que prefiero escoger mis derrotas, quiero que me recuerdes derrotado, como quien algo espera más allá de los tiempos y los hechos. Quizás porque haga falta haberlo presagiado o porque, en todo caso, nadie sabe dónde acaban los sueños. Luis Garcia Montero